sábado, 31 de enero de 2015

Historias del deporte. El baloncesto.

Para fomentar que leáis curiosidades acerca de deportistas y deportes apasionantes, os cuelgo la primera de una serie de historias acerca del deporte. Esta primera entrega está relacionada con el origen del baloncesto. Espero que os guste.

13 reglas, una cesta y un balón


Las canastas que valen títulos de Michael Jordan, los 100 puntos de Wilt Chamberlain, cualquiera de las asistencias cargadas de magia de Earving Magic Johnson, la serie de anillos de los Celtics de Auerbach, la voracidad anotadora de Drazen Petrovic… Son sólo unos pocos –muy pocos- de los momentos cumbres en la historia del baloncesto, deporte que nació de manera casual en diciembre de 1891. Y todo comenzó con una cesta de melocotones.


Sr. Stebbins, ¿tiene un par de cajas de madera de unas 18 pulgadas cuadradas?”. Cuando James Naismith le hizo esta petición al conserje de la escuela YMCA, en Springfield, no podía imaginar que se estaba gestando el que llegaría a ser uno de los deportes más practicados y seguidos en todo el mundo. “No, pero tengo un par de cestas de melocotones, si le sirven…" Efectivamente, habría de servirle, no tenía otra cosa. Naismith las clavó al balcón de madera que rodeaba el gimnasio de la escuela, cada una a un extremo de la sala, a una altura de 10 pies del suelo (3'05 metros), medida que ya nunca cambiaría. Luego, se dirigió a su despacho y mecanografió las 13 reglas básicas del juego que había estado ideando en las últimas semanas. Por último, colgó esos dos folios en un tablón del gimnasio, donde estaban a punto de llegar sus alumnos para la clase de Educación Física.

Aquel día tenía clase con los incorregibles, el aula más complicada del centro, un grupo de alumnos veteranos y resabiados difíciles de convencer. Frank Mahan, uno de líderes de aquella clase, fue el primero en aparecer. "¡Vaya! otro juego nuevo", exclamó con desdén al ver las reglas escritas y las cestas colgadas de los balcones. Cuando los 18 incorregibles llegaron al gimnasio, Naismith les pidió que se dividieran en dos equipos de nueve jugadores cada uno; les prometió que sería el último experimento. Eugene Libby y Duncan Patton fueron nombrados capitanes, les explicó las reglas, cogió un balón de fútbol y comenzó el partido. Los alumnos se mostraban desorientados y casi nadie estaba seguro de lo que debía hacer. Las normas dictaban que el jugador que cometiera una segunda falta sería expulsado y no podría jugar hasta que se anotara la siguiente canasta… y había tantas faltas que en ocasiones casi la mitad estaban fuera de la pista.

Pese a ciertas escenas de caos y desorden, los alumnos, con sus camisetas de manga corta y sus largos pantalones grises, disfrutaban con entusiasmo de este nuevo juego que no tenía ni nombre, como también lo hacían los demás estudiantes que abarrotaban el balcón de espectadores para ver aquel original partido. Una infinidad de tiros disparatados se mezclaban con alguna que otra canasta, que era celebrada con júbilo. “One goal”, gritaba Naismith cada vez que se encestaba. Entonces, Pop Stebbins debía subirse a la escalera para recoger la pelota dentro de aquellas cestas de melocotones. El experimento había sido un éxito. Incluso Mahan, escéptico aquella misma mañana, entendió que aquel no era un juego más, y pidió prestadas a su profesor las hojas con las reglas para estudiarlas a fondo.

¿Por qué no llamarlo Naismith ball? –le sugirió- usted es el inventor y así se le recordará siempre”. “No Frank, eso nunca”. “Pues entonces, señor, si tenemos un balón y un cesto… ¿por qué no llamarlo baloncesto?”. Aunque no ha quedado constancia escrita de la fecha, se cree que aquello ocurrió el 21 de diciembre de 1891, el día en que oficialmente nació el baloncesto. Antes de las vacaciones de Navidad de aquel año sólo hubo tiempo para un par de partidos más, pero fueron suficientes para demostrar que la invención de Naismith había triunfado. El 15 de enero de 1892, The Triangle, la revista oficial del YMCA, dio su visto bueno al juego y publicó las reglas y consejos de su creador, lo que provocó que la noticia viajara por todos los centros que la institución tenía repartidos por el mundo.



Entrenamiento bajo techo
Quince meses antes, en septiembre de 1890, James Naismith había comprado un billete de tren que le llevaría a Springfield, Massachussets. Había decidido unirse al proyecto de la escuela YMCA para trabajadores cristianos. La idea era hacer un curso de dos años para crear instructores que luego viajarían por el mundo difundiendo las ideas cristianas y sus conocimientos en temas de administración y educación física, la especialidad de nuestro protagonista. El Dr. Luther Halsey Gulick Jr, titulado en medicina pero un entusiasta del deporte, era el jefe de educación física de la escuela, y pronto quedó impresionado por su iniciativa y conocimientos en la materia. Fue él quien le pidió que inventara un nuevo juego para que los alumnos pudieran ejercitarse bajo techo. La petición del Dr. Gulick no era casual, ya que se había dado cuenta que, debido al intenso frío y la nieve del invierno en Springfield, los estudiantes no realizaban el entrenamiento físico durante estos meses, los que enlazaban la recién finalizada temporada de fútbol con la venidera de beisbol.
Tampoco lo fue la elección del destinatario de su petición. James Naismith, siempre inquieto, había diseñado meses atrás el que sería considerado el primer casco de la historia del fútbol americano. Durante días, reflexionó sobre variantes de deportes existentes, intentando sacar lo mejor y lo peor de cada uno. La premisa fundamental era que se pudiera jugar bajo techo y en espacios reducidos, y tenía claro que el balón debía ser el elemento central del mismo. Además, debía ser fácil de aprender, mostrar un equilibrio entre el ataque y la defensa, que la técnica y la precisión contaran más que la fuerza, y –fundamental- que no fuera agresivo. Para ello, no podía dejar correr a los jugadores con el balón en las manos, ya que esa sería la única forma de evitar el contacto físico.
Dos semanas después de haber recibido el encargo, presentaba a Gulick las líneas maestras de su nueva criatura. Su esencia era simple; se jugaría sólo con las manos y tendría como objetivo meter el balón en una cesta, que estaría a una cierta altura para primar la precisión. Pronto, este juego sería seguido con gran interés en todo Estados Unidos y en otros países gracias a la labor de difusión que llevaban a cabo los instructores de la escuela YMCA. Su práctica se extendió con una rapidez asombrosa, y fue perfeccionándose sobre la marcha, mientras se jugaba, teniendo en cuenta los comentarios y sugerencias de quienes lo practicaban. En 1894 se establece la línea de tiro libre; en 1895, el tablero; en 1897 se reglamentan cinco jugadores por equipo; en 1904 se define el tamaño de la cancha… Sin duda, el baloncesto necesitaba algo más que las 13 reglas que Naismith había colgado en un tablón del gimnasio de Springfield.